“Cualquier paisaje es un estado del Espíritu” Henri Frédéric Amie
Cada día nos regala un panorama cuyos matices dependen de quien lo observa. Por momentos pareciera oscuro, pero en otras ocasiones se llena de brillo y color. Seguramente el paisaje interior de nuestras emociones determina la forma en que lo apreciamos. Cuando contemplamos lo que nos es dado, surge un abanico de posibilidades que hace que la vida sea percibida de una u otra manera. Es como un despertar desde la nada absoluta, para comenzar a dar pinceladas que reflejen la obra perfecta de nuestra existencia y dar sentido a cada escena en la que somos nosotros los actores principales.
Cuando hacemos consciente lo inconsciente, vemos aquello que no veíamos y conectamos con otra realidad que dibuja un paisaje en el que el universo vibra desde la música de las esferas, para vincular lo que vivimos en nuestro interior con lo que en apariencia está afuera. Así podemos observar sin perturbar, escuchar sin interrumpir, palpar sin agredir, caminar sin atropellar, disfrutar de la flor sin robarle su aroma. Comenzamos a conectarnos con la verdad y la calma, para aquietar el mar de los deseos e ilusiones. Empieza así a esbozarse un silencio que es el vientre de donde nace el arte de contemplar para extasiarnos en la perfección.
Un paisaje invita a la meditación y la reflexión, a estar atentos para respirar lo revelado, a despertar emociones, a dar forma y nitidez a las ideas, a valorar lo que antes fue despreciado. Puede cambiar nuestra visión del mundo; quizás nos permita pasar del dolor y el desánimo, al alivio y el entusiasmo. O tal vez genere nuevos interrogantes en la búsqueda de otras respuestas para no quedarnos con la primera impresión que puede distorsionar la realidad.
La vida nos da los colores, pero cada uno de nosotros decide como mezclarlos. Los ingredientes del mejor plato están a disposición, pero de su combinación y sus porciones, además del afecto que pongamos en la preparación, dependerán su sabor y lo apetitoso que resulte. Los componentes de la obra están allí, pero la estética y el orden son definidos por nosotros. Los pensamientos son nuestros, pero de su direccionamiento se desprenden las acciones. El intelecto hace parte de nuestro equipaje, pero nuevamente somos nosotros los que retroalimentamos el conocimiento.
En síntesis, el paisaje es el resultado de la manera en que vivimos y nos relacionamos con todo aquello que nos fue entregado generosamente. Su colorido es decisión nuestra…
Alejandro Posada Beuth