“Hogar es donde habita el corazón” Plinio el Joven
Seguridad, pertenencia y calor humano son sensaciones que nos recorren cuando se enciende el fuego del hogar. Armonía, lazos fuertes, abrazos y tertulias son el escenario perfecto para vivir cosas extraordinarias. Son manojos de vibraciones y sentimientos gratos que tienen valor incalculable.
En ese hogar está la luz antes de que el sol la irradie. Más allá de un espacio o una estructura determinada, se trata de lo que allí respiramos y compartimos. Es donde se incuban muchas de nuestras realidades porque se construyen en compañía de aquellos que hacen parte de las raíces y conforman nuestros principales nexos. Como individuos encontramos la máxima expresión en ese núcleo que nos acoge y en el que nos movemos en el tiempo a nuestro antojo. Unas veces nos deleitamos recordando momentos gratos y otras nos inspiramos para diseñar y crear lo que ha de venir. Así comprendemos la ilusión del tiempo y danzamos de una a otra orilla sin limitaciones.
Allí donde habitamos, en ocasiones el corazón se arruga con la tristeza; en otras se endurece con la ira, o se derrite con la ternura o quizás se regocija con la alegría o se estremece con el dolor pero, en todo caso, tal vez sea el lugar donde tiene licencia para expresar y manifestar las emociones sin tener que reprimirlas, pues sabe que no será sometido a juicio ya que, al fin y al cabo, la hoguera siempre estará encendida y alrededor estaremos congregados para protegernos mutuamente.
En ese hogar se puede conquistar la mente silenciosa que acuna la conciencia más poderosa, suficiente como para sanar las viejas heridas: Como consecuencia, emergemos con resiliencia para poner a prueba nuestra capacidad de levantarnos a pesar de las dificultades. Es cuando se revela la totalidad que nos unifica. Quedan atrás los condicionamientos y las viejas creencias para que salga fortalecida la autoimagen. De esta manera, a pesar de que haya islas de dolor, nos sentimos rodeados de océanos de alegría y dicha que nos devuelven integridad y pureza. Cambia el prisma de las cosas para contagiarnos de perfección.
Descubrimos la presencia de lo Superior y recreamos al Nuevo Ser. El conocimiento se convierte en saber, como herramienta de inspiración. Aprendemos que tenemos compromisos mutuos pero conservando la autonomía. Escuchamos así al Maestro Interior; es cuando comienza el verdadero aprendizaje para hablar, pensar, sentir y hacer solo lo debido. De esta forma nos sentimos seguros, felices y amados. ¡Que la llama del hogar vuelva a ser encendida!
Alejandro Posada Beuth