“Un trueno hace un ruido fuerte, pero es el cielo silencioso el que perdura” Marty Rubin
Es frecuente que cuando nuestros pensamientos no se sincronizan con las emociones y acciones, el diálogo interno se ve alterado de manera significativa, generando un ruido que impide la conexión con nosotros mismos y con la misión que nos hemos propuesto, lo cual distrae y desvía la atención de lo que es primordial.
En ocasiones dejamos de escuchar los susurros agradables del maestro interior porque sale a flote el ruido del ego, que se esconde bajo la duda y la desconfianza. Es cuando se pierden los beneficios exponenciales del silencio natural en el que deberíamos habitar y cuando pareciera que los propósitos se hacen esquivos y la voluntad se doblega. También ocurre que perdemos flexibilidad y se nos dificulta el cambio. Se minimiza el esplendor de lo que es producto de la serenidad y se pierde en la fría razón.
Cuando tratamos de optimizar lo esencial pasa a menudo que las viejas heridas tratan de retomar su lugar y perturban la tranquilidad, tan necesaria para que los talentos sean expresados y puestos al servicio. Un mundo de confusiones comienza a desfilar por la película de la vida y emergen los detractores, propios del síndrome del impostor, que busca que las oportunidades sean estropeadas con tal de que los sueños no alcancen a concretarse.
Ese ruido complejo que por momentos nos acompaña puede originar soberbia y arrogancia que asaltan al buen criterio y menguan la capacidad de abrir nuestra mente para retroalimentarnos de otras miradas. Nos impide escuchar desde el corazón el mensaje real y asumimos actitudes desafiantes porque simplemente no hemos captado lo esencial. Es bueno regalarnos momentos de descanso que acaricien el silencio y atesoren los momentos sagrados de las buenas compañías. Es importante también que podamos nutrirnos de nuevas maneras de pensar y que llevemos a la acción esas grandes ideas que pierden validez porque se diluyen en el tiempo.
La decisión y la paciencia suelen combinarse favorablemente cuando hay ausencia de ruido para darle paso al ingenio y la constancia. El instinto suele ser más sagaz que la razón; la conciencia se manifiesta en la pausa. La pasión atrae a la atención. La intención vence al desdén. La determinación trasciende la vacilación.
Por eso vale la pena recordar que Dios habita en el silencio…
Alejandro Posada Beuth