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Una ciencia del corazón en el corazón de la ciencia

Escrito por

Jorge Iván Carvajal Posada

La década de los cincuenta demarca, conjuntamente con el surgimiento de la cibernética de Norbert Wiener, la noción, nueva para la medicina moderna aunque ya aceptada durante siglos por todas las medicinas tradicionales del mundo, de la importancia de lo Psicológico en la génesis
de enfermedades orgánicas.

Los grandes estudios cooperativos sobre los factores de riesgo para la enfermedad coronaria revelan la necesidad de incorporar a la ecuación de la enfermedad nuevos parámetros, tradicionalmente negados por la medicina moderna. Ya no sólo colesterol, cigarrillo, vida sedentaria, herencia, tenían relación con la génesis de la enfermedad coronaria; también pautas complejas de comportamiento catalogadas como patrones de personalidad se revelaban.

Algunos rasgos de la personalidad A, como el sentimiento de hostilidad y la constante sensación de prisa interior, se asocian a un significativo aumento de riesgo para infarto del miocardio. Hoy sabemos, por el trabajo pionero de Dean Ornish, que la enfermedad coronaria puede ser reversible
con la integración de un programa de ejercicio, dieta y meditación, y los mismos seguros de salud empiezan a promover y financiar estos programas que representan una mejoría en la relación costo-beneficio para los pacientes y las compañías aseguradoras, aunque como ha sido corriente
en la historia de la ciencia, no encuentran igual eco entre los especialistas y las instituciones que derivan sus ingresos de los procedimientos quirúrgicos para abordar la arteriosclerosis coronaria.

Maestro de la economía distributiva, el corazón da a cada órgano según su necesidad, distribuyendo materia, energía e información a través de miles de pequeños corazones o glomus, que, como pequeñísimas bombas en la periferia del árbol arterial, dirigen selectivamente el flujo sanguíneo a todos los sistemas, según su demanda.

La economía de ataque o huida ligada a la respuesta límbica primitiva de gran desgaste de energía, se convierte en una economía de mínimo desgaste y alto rendimiento en la respuesta de relajación descrita por Herbert Benson, a partir de sus estudios iniciales con meditadores. La respuesta fisiológica de relajación tiene su correspondencia en una actitud de apertura amorosa que revela paz interior, y permite bajar la descarga que sobre todos los sistemas orgánicos y, en especial el sistema cardiovascular, ejerce el estrés.

A raíz de los cada vez más comunes trasplantes de corazón, se empieza hoy a descubrir en un porcentaje significativo de éstos que, además de la bomba cardíaca, se transfieren complejos códigos de información que determinan cambios significativos en algunas pautas de comportamiento.

Es clásico ya el caso mencionado por Paul Pearsall en su libro “El código del
Corazón”, de aquella niña que después de recibir un corazón, empieza a tener pesadillas del asesinato de su donante, tan vívidas, que permiten a la policía dar con el asesino. Personas que sólo apreciaban la música clásica pueden empezar a escuchar la música metálica que sus donantes disfrutaban. Cambios sutiles en los que los receptores pueden adoptar algunas pautas de comportamiento de sus donantes, nos dicen a las claras que el corazón representa mucho más de lo que pensábamos. Mejor dicho, que de alguna forma también pensamos con el corazón, y aquello de las razones del corazón deja de ser sólo una metáfora afortunada. La creciente tendencia a recuperar el código del sentir y la reivindicación de la inteligencia emocional, nos revelan que para dar sentido a la existencia es necesario redescubrir el código del sentir. Este es el código del corazón.

Un sentimiento de amor impersonal puede dar lugar a cambios en la electrofisiología cardíaca que tienen un efecto armonizador sobre todos los ritmos corporales, hasta el punto que para los investigadores del Instituto Hearth Math, el corazón puede ser considerado como el oscilador eléctrico maestro. Los estados de amor impersonal en los que se experimentan profundos sentimientos de conectividad y paz interior, se asocian a una alta coherencia cardíaca – que se registran en el tiempo como una disminución de la tasa de variabilidad de la frecuencia cardíaca y a la vez, estos mismos estados han sido asociados a la capacidad de incidir voluntariamente
sobre el grado de polimerización del ADN in- vitro. No digamos ahora que es sugestión pues no se puede sugestionar el ADN para que se despolimerice en un tubo de ensayo y luego cambie su espectrofotometría.

Para Gary Scwartz y Linda Russek, el corazón, además de ser el maestro de los ritmos corporales, emite un complejo patrón de ondas que envuelven cada segundo todas las células del organismo.
Además de una onda de presión, la música del corazón viaja a través de las paredes de las arterias a la velocidad del sonido. No es extraño así que algunos investigadores hayan encontrado que se mejore significativamente el dolor en niños quemados cuando se los hace escuchar una grabación
del corazón de sus madres.

Además de su música, el corazón bombea a través de la sangre una oleada de calor que cobija todo el organismo, y una onda electromagnética producto de su actividad eléctrica. Este complejo patrón de ondas es como un programa que nos está diciendo que, además de la sangre y sus nutrientes químicos, el corazón nutre todos los rincones del organismo con la información de un patrón rítmico de ondas térmicas, acústicas, de presión y electromagnéticas.

Si eliminamos de los electrocardiógrafos los dispositivos electrónicos para eliminar el ruido, el electrocardiograma puede registrarse en todo el organismo, incluido el cerebro. En el abdomen de la gestante encontraremos así su electrocardiograma portando, como a caballo y más
pequeñito, el electrocardiograma fetal. Y en el cuero cabelludo podemos registrar la poderosa señal del electrocardiograma portando en su seno la señal más tenue del electroencefalograma.

Como una onda portadora para todas las otras vibraciones del organismo, todo pareciera ser organizado y armonizado por el corazón. Cuando experimentamos odio, miedo, tristeza, resentimiento, cambia el estado de coherencia cardíaca, aumenta la variabilidad de su frecuencia y con ello se induce disarmonía en todos los ritmos corporales. Si aceptamos que todo en la vida se manifiesta a través de códigos rítmicos- movimientos intestinales, respiración, ritmos cerebrales etc- una modificación del patrón rítmico del oscilador eléctrico maestro cardíaco ha de tener su repercusión sobre toda nuestra economía energética.

Pero no sólo al interior está incidiendo la magia rítmica del corazón. En vivo y en directo, ese campo magnético cardíaco que podemos registrar en los magnetocardiogramas, se escapa de la piel, y más allá del cuerpo interactúa con los campos magnéticos del corazón de quienes tenemos cerca de nosotros. Antes que una palabra, una mirada o un sólo gesto nos acercaran, ya el campo magnético del corazón, cinco mil veces más potente que el campo magnético emitido por el cerebro, nos relacionaba desde el propio centro. Nosotros en el corazón de otros, otros en nuestro
corazón, cuando vivimos de corazón, la relación humana adquiere otra dimensión. Alguien bien conocido por muchos, nos decía que no importaba lo que hiciéramos, gritar o susurrar, reír o llorar, confrontar o aceptar, lo único realmente importante es que fuera realizado con amor.

Es ahora la hora de regresar al corazón, el mismo corazón de la electrofisiología, el del sentir, el corazón de tantas razones intangibles, que ahora por primera vez empiezan a ser comprendidas en el lenguaje de la ciencia. Es el mismo corazón que permite a cada ser humano convertirse en
sanador cuando puede experimentar la magia del amor incondicional.

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