La teoría del campo unificado en física describe cuatro interacciones fundamentales: la fuerza nuclear fuerte, la nuclear débil, la electromagnética y la gravitacional. Cada una de estas fuerzas influye en el ser humano, pero existen indicios de una quinta energía, vinculada directamente con la conciencia humana y sus capacidades excepcionales.
En ciertos estados de conciencia o prácticas meditativas profundas, se ha observado la capacidad de alterar la interacción humana con estas fuerzas, lo cual plantea preguntas fascinantes sobre las fronteras de la biología y la física.
Algunas experiencias excepcionales reportadas en prácticas meditativas muestran cómo el cuerpo humano puede “superar” sus límites.
Por ejemplo, prácticas como caminar sobre brasas sin quemarse requieren un estado mental profundo y enfocado. Este estado alterado de conciencia permite que el cuerpo gestione estímulos que, en condiciones normales, causarían daño. El caso de los nestinares—quienes cruzan brasas a temperaturas cercanas a los 800°C sin quemarse—ilustra cómo el entrenamiento mental y la conciencia pueden modificar la percepción y respuesta del cuerpo.
Otro fenómeno intrigante es la capacidad de influir en procesos biológicos mediante la intención. Aún en fase de investigación, sugiere que la energía humana puede actuar de maneras desconocidas, incluso generando efectos que perduran, lo cual plantea interrogantes sobre la memoria y la transmisión energética entre generaciones.
Frente a estos fenómenos, surge la hipótesis de una “energética humana” que actúa en conjunto con los campos electromagnéticos y biofísicos ya conocidos.
En el cuerpo, diversas energías, como la eléctrica y la magnética, circulan y generan campos que son medibles y estudiables a través de instrumentos como el magnetoencefalograma. Se ha demostrado que el metabolismo celular y las mitocondrias participan en este flujo energético, el cual se relaciona directamente con el movimiento de electrones dentro de las células, una manifestación de vida misma.
En tradiciones antiguas, estos flujos de energía han sido descritos como “nadis” y “chakras,” canales y puntos de energía que, según la sabiduría oriental, interactúan con el campo magnético terrestre, las radiaciones cósmicas y fenómenos naturales como las tormentas solares.
Al integrar este conocimiento en la ciencia moderna, estamos comenzando a entender al ser humano no sólo como un organismo físico, sino como una entidad energética en interacción con el universo.
El ADN humano, con su estructura de doble hélice, actúa como una antena energética que emite y recibe información en forma de fotones.
Según la fotobiología, cada célula emite fotones coherentes en frecuencias específicas, una propiedad que conecta al ADN individual con el colectivo del cuerpo humano, formando una gigantesca antena energética. Esta antena teórica, si se extiende a nivel cósmico, podría resonar a una escala semejante al diámetro del sistema solar.
Para las culturas ancestrales, como los incas, la conexión humana con el cosmos era esencial. Ellos afirmaban que somos “hijos del sol,” y esta afirmación, lejos de ser un mito poético, podría reflejar una profunda verdad sobre nuestra naturaleza energética: estamos compuestos de esencia estelar, una energía de conciencia que anima la evolución y nos conecta con el universo.
El estudio de las energías esenciales en el ser humano abre una puerta fascinante hacia una comprensión más amplia de quiénes somos y cómo interactuamos con el cosmos.
Al cuestionar los límites de la ciencia conocida, emergen teorías y prácticas que invitan a explorar nuevas dimensiones de la existencia humana, con un enfoque en la energía y la conciencia como fuerzas centrales en nuestra evolución y en nuestra relación con el universo.
Dr. Jorge Carvajal