El agua es un elemento vital fundamental de la constitución de todo ser vivo, de toda forma de vida. Al igual que el agua fluye y se adapta a su entorno, las emociones también pueden fluir y adaptarse en respuesta a diferentes situaciones y estímulos. El agua es portadora de información, portadora de vida. Es portadora de información.
Nuestro campo emocional representa también nuestras aguas. No olvidemos que en nuestra sangre navegan las sustancias neuroquímicas, los neuropéptidos, las hormonas, las cuales van a generar acciones en nuestra vida. Nos encontramos inmersos en un flujo de pensamientos y emociones, un universo interior que a menudo pasa desapercibido pero que moldea cada aspecto de nuestra existencia.
Desde el punto de partida, en el plano mental, nos sumergimos en el proceso de interpretación y significación que damos a cada experiencia que atraviesa nuestro camino.
En este complejo tejido de pensamientos, se entrelazan condicionamientos, programaciones y expectativas, moldeando nuestra percepción del mundo que nos rodea y creando el lienzo sobre el que se plasma nuestra realidad.
En el corazón de esta experiencia mental se encuentra el cerebro límbico, el epicentro emocional que da color y textura a nuestras vidas. En él, se desencadenan reacciones químicas que nos impulsan hacia la acción o nos sumergen en la introspección.
Pero, ¿qué impulsa esta danza entre la mente y las emociones?
La respuesta yace en la complejidad de nuestro sistema nervioso autónomo, donde el sistema simpático nos impulsa hacia la acción y el parasimpático nos invita a la calma y la serenidad.
Cada impulso nervioso representa una señal en el complejo sistema de comunicación neuronal, que regula diversas funciones en el organismo. Estas señales, transmitidas a través de las células nerviosas, están implicadas en la coordinación de respuestas tanto fisiológicas como emocionales. Esta interacción dinámica entre la excitación y la inhibición de las señales nerviosas, puede ser comparada metafóricamente con una sinfonía interna, donde cada impulso nervioso representa una nota en una melodía en constante cambio, caracterizada por un equilibrio entre la actividad y el reposo.
Sin embargo, esta danza no siempre es armoniosa. A menudo, nos encontramos atrapados en los remolinos del pasado, reviviendo experiencias pasadas como si fueran el presente. La mente, con su poderosa capacidad de imaginar y recordar, nos arrastra hacia estados emocionales que ya no tienen lugar en nuestra realidad actual, generando una desconexión con el presente.
A través del alfabetismo emocional, podemos comprender las complejidades de nuestras emociones.
Nos permite liberarnos del peso del pasado y la ansiedad del futuro, anclándonos firmemente en el presente.
A través de prácticas meditativas y una atención plena, aprendemos a observar nuestros pensamientos y emociones sin juzgar, permitiendo que fluyan como el agua en un río. En este estado de serenidad, nos abrimos a un nuevo mundo de posibilidades, donde el pasado pierde su poder sobre nosotros y el futuro se convierte en una tela en blanco que podemos tejer con nuestras propias manos.
En última instancia, el alfabetismo emocional nos invita a un baile de autodescubrimiento y transformación. Nos despoja de las cadenas del pasado y nos libera para abrazar plenamente el presente. En este baile eterno entre la mente y las emociones, encontramos la clave para una vida más plena, más serena y más significativa.
Las emociones no son buenas ni malas. Constituyen una parte fundamental de nuestro equipaje biológico para la experiencia humana.
Desde una perspectiva fisiológica, las emociones desempeñan roles específicos y producen efectos concretos en nuestro organismo. Cada emoción tiene un propósito evolutivo que puede manifestarse en funciones orgánicas y efectos secundarios.
La existencia de las emociones está estrechamente ligada a la función y la estructura de nuestro cuerpo. En la naturaleza, ninguna forma surge sin una función asociada, y ninguna función existe sin un propósito subyacente. Más allá de la visión clásica de la ciencia y la medicina, donde se investiga el porqué de los fenómenos, es crucial explorar el propósito y el para qué de cada aspecto de nuestro Ser.
Nuestro ADN, asentado en el núcleo de cada célula, programa una serie de características genéticas que pueden influir en nuestros patrones emocionales y mentales. Estos programas genéticos pueden manifestarse en tendencias emocionales, comportamientos y formas de pensamiento que están arraigados en nuestro ser. Sin embargo, es importante reconocer que nuestra existencia no se limita únicamente a la biología; también somos conscientes, observadores internos con la capacidad de transformar nuestras experiencias.
Al ser conscientes de nuestros patrones emocionales y mentales, podemos optar por nuevos hábitos y perspectivas que nos lleven hacia un mayor bienestar y serenidad.
Los hábitos, tanto físicos como emocionales y mentales, son resultado de la repetición y el condicionamiento. Repetir un comportamiento o pensamiento conduce a la formación de hábitos que pueden arraigarse en nuestro subconsciente y en la estructura de nuestro cerebro. Estos hábitos pueden influir en nuestra postura, tono de voz, patrones de pensamiento y reacciones emocionales.
A pesar de la fuerza de los hábitos arraigados, la conciencia y la capacidad de observación interior nos ofrecen la oportunidad de transformarlos.
Cierra los párpados, entra en el presente.
Al entrar plenamente en el presente, al desconectar la recepción de estímulos visuales, permitimos que el cerebro genere una visión interior. Nos sumergimos en las ondas alfa, un estado de relajación profunda que nos conecta con nuestro ser más auténtico.
Al atender a nuestra respiración, sin luchar contra los pensamientos que puedan surgir, nos sumergimos en el flujo constante del momento presente.
Coloca tus manos sobre el corazón, activa sus cualidades de bondad, comprensión, aprendizaje y gratitud. El corazón, como si fuera un software multi-compatible, nos acoge en cualquier situación, desde la alegría hasta la tristeza, desde el temor hasta la serenidad.
Cada inhalación y exhalación te ancla en la realidad tangible del aquí y ahora. Al dirigir tu atención al centro del pecho, cerca del corazón, respiras desde ese lugar de calma y paz interior. Esta práctica te ayudará a comprender y dar un sentido amoroso de aprendizaje inteligente a la energía de tus emociones.
Déjate abrazar por esta sabiduría interior, que te conecta con tu esencia.
Jorge Iván Arango