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Salud y Enfermedad: Una Perspectiva Integradora

Salud y Enfermedad: Una Perspectiva Integradora

La Sintergética parte de un concepto fundamental: somos una conciencia que habita una personalidad. 

Esta personalidad, a menudo referida como “el no ser”, no es algo de lo que debamos desprendernos, ya que es un instrumento valioso para nuestro aprendizaje y evolución. La idea no es renunciar a nuestra personalidad, sino integrarla y trabajar en ella. 

Esta integración implica alinear nuestro cuerpo físico, emocional y mental, de manera que podamos actuar, sentir y pensar de manera coherente. Según enseñanzas orientales, esta coherencia puede llevarnos a una integración física real en el futuro, permitiéndonos avanzar en nuestro proceso evolutivo.

El proceso de comprender nuestra esencia y trabajar en nuestra personalidad nos lleva a la creación de lo que los maestros llaman el cuerpo causal, una nueva instancia de conciencia que facilita nuestro progreso evolutivo. 

Así, la libertad de la ignorancia del ser que somos comienza con el autoconocimiento y la comprensión profunda de nuestra verdadera naturaleza.

Es entonces cuando alcanzamos una visión más amplia que nos permite integrar y asociar diferentes elementos de nuestra existencia. 

La Perspectiva Sintergética de la Salud Inherente

El entendimiento de la salud y la enfermedad puede compararse con la relación entre la luz y la oscuridad.

La oscuridad no es lo opuesto a la luz; más bien, es la ausencia de luz. Siempre que la luz esté presente, la oscuridad desaparecerá. En un entorno iluminado, una linterna apagada no puede competir con la luz circundante. Sin embargo, en la oscuridad, la aparición de cualquier fuente de luz, por pequeña que sea, transformará el ambiente. 

Así, la sombra no es ni buena ni mala; simplemente nos permite apreciar la existencia de la luz.

Este mismo principio se aplica a la salud y la enfermedad. En la perspectiva de la Sintergética, la salud es nuestra esencia fundamental. 

El ser que somos es inherentemente saludable, mientras que nuestra personalidad, en ocasiones, puede manifestar desequilibrios que se presentan como enfermedades. 

Si entendemos que nuestra esencia no se enferma, sino que es la desconexión entre nuestra personalidad y nuestro ser lo que produce síntomas, podemos cambiar nuestro enfoque. En lugar de luchar contra las enfermedades, podemos trabajar para restablecer el equilibrio y retornar a la salud inherente que somos.

La Relación entre Acción y Pausa

Para mantener la salud, es crucial entender y practicar el equilibrio entre la actividad y la pausa. 

Durante el día, el sistema simpático nos mantiene alertas y activos, pero durante la noche, deberíamos activar el sistema parasimpático, que promueve la relajación y la recuperación. Sin embargo, muchas personas continúan en un estado de alerta incluso mientras duermen, lo que impide un descanso profundo y reparador. Esto no solo afecta la calidad del sueño, sino que también puede desencadenar una serie de problemas de salud.

Para ilustrar esto, consideremos nuestro cerebro, que maneja nuestra conciencia de manera dual: un hemisferio más racional y lógico, y otro más intuitivo y emocional. Esta dualidad refleja la cultura occidental, orientada a la productividad y lo cuantitativo, y la cultura oriental, que valora lo cualitativo y lo implícito.

Entre estos dos hemisferios existen estructuras de conexión, conocidas como comisuras, que facilitan el paso de información entre ambos lados del cerebro. Estas comisuras nos permiten integrar el pensar y el sentir, generando un “tercer cerebro” que comprende. Este es un modelo de cómo podemos integrar diferentes aspectos de nuestra personalidad y conciencia, para alcanzar una comprensión más completa y equilibrada.

Este equilibrio es esencial para nuestro bienestar. Sin embargo, nuestra cultura occidental tiende a sobrevalorar la acción, la productividad y la racionalidad, manteniéndonos en un estado de alerta constante. Incluso durante la noche, cuando deberíamos descansar, muchos siguen pensando y resolviendo problemas, impidiendo la relajación y recuperación necesarias.

La falta de una pausa adecuada puede impedir que nuestro cuerpo se recupere y regenere durante la noche, manteniendo el cerebro en un estado de alerta que impide alcanzar las ondas delta del sueño profundo necesarias para la desintoxicación y regeneración celular.

El sueño profundo es esencial para nuestra salud. Durante este estado, el cerebro produce melatonina, que regula otros procesos vitales como la producción de serotonina para el estado de alerta y acetilcolina para la relajación muscular. 

Sin un sueño profundo adecuado, nuestro cuerpo no puede realizar estas funciones de mantenimiento, lo que puede resultar en un agotamiento tanto físico como mental.

Es crucial encontrar un equilibrio entre pensar y sentir, acción y pausa. 

Cuando no se realiza una pausa adecuada, el cuerpo busca maneras alternativas de compensar esta falta de descanso. Una de las respuestas más comunes es la producción de glucocorticoides por las glándulas suprarrenales. Estas hormonas pueden ayudar temporalmente a manejar el estrés, pero su producción excesiva puede tener efectos secundarios graves.

Por ejemplo, un aumento en la producción de ácido clorhídrico puede llevar a problemas digestivos como gastritis o úlceras. Además, la activación constante del sistema renina-angiotensina puede resultar en hipertensión. La vejiga y el corazón también pueden verse afectados, manifestando síntomas como infecciones urinarias recurrentes y arritmias, respectivamente. Estos problemas son señales de un “motor recalentado”, una metáfora que describe un cuerpo en constante estado de estrés y alerta sin la necesaria contraparte de la pausa.

Una cultura de pausa

Para los terapeutas que promueven una visión más holística de la salud, el desafío es acompañar a los pacientes en el aprendizaje de este equilibrio. 

No se trata de eliminar la productividad o la acción, sino de añadirle el contrapeso necesario de la pausa. Esto se puede lograr fomentando una “cultura de la pausa”, donde el descanso y la reflexión se conviertan en partes integrales de la vida diaria, sin sentimientos de culpa.

Una de las prácticas más efectivas para lograr este equilibrio es la meditación consciente. 

Meditar es estar completamente presente y consciente de nosotros mismos. A través de la respiración profunda y pausada, podemos calmar la mente y el cuerpo, permitiendo que el sistema parasimpático se active y promueva la recuperación.

Durante la meditación, podemos hacer declaraciones afirmativas que refuercen nuestra conexión con la luz y la energía vital. Reconocer que somos seres de luz, sostenidos y bendecidos por ella, nos ayuda a mantener una perspectiva positiva y saludable. Además, la práctica de la meditación nos permite trascender el miedo a la muerte y comprenderla como una transición natural, un retiro temporal en el proceso continuo de la vida.

En nuestra búsqueda de la libertad de la ignorancia del ser que somos, debemos aspirar a comprender y aceptar nuestra verdadera naturaleza, integrar nuestra personalidad y trabajar en nuestra evolución espiritual. 

Al comprender y aplicar estos principios, podemos avanzar hacia una vida más equilibrada y saludable, alineándonos con nuestra verdadera esencia y emergiendo a nuevas comprensiones y niveles de conciencia. 

Comprender que podemos ser protagonistas de nuestra propia historia, para vivir con mayor coherencia y plenitud.

Jorge A. Montoya

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Colombia
Jorge Aníbal Montoya Sierra
Docente Manos
Docente Sintergética
Terapeuta
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