Cuidar nuestra mente y nuestro corazón es lo que realmente nos va a permitir cuidar todo lo demás, la vida misma, a los que amamos, a los que servimos, a nuestro trabajo.
Es ahí donde está nuestro poder realmente.
Al comprender la importancia de cultivar y conocer nuestra propia mente y cómo opera, es cuando realmente podemos conectar con aquello que es lo más puro y lo más esencial.
¿Cómo podemos depurar todo aquello que son los distractores de nuestra vida?
Nada de lo que ha sucedido en el pasado va a ser tan importante como aquello que decidamos hacer en el presente.
Tomar conciencia del momento presente es un viaje que nos devuelve el poder de ser cocreadores de nuestra realidad, dándonos cuenta que los estados de la mente, bien sean transitorios o permanentes, son los que están generando nuestro sistema de creencias.
Desde esa conciencia más pura que nos permite monitorear los estados de nuestra mente y evitar que operen en piloto automático, nos damos cuenta de una amenaza profunda que todos enfrentamos: la constante distracción.
Estemos donde estemos, ya sea cocinando, caminando, conduciendo, trabajando o leyendo, corremos el riesgo de distraernos de lo que realmente importa en la vida. Es por eso que proteger nuestra atención se convierte en una tarea vital, ya que nos conecta con la esencia misma de la existencia y nos ayuda a formular las preguntas fundamentales que dan sentido a nuestra vida.
Todo es experiencia; los sentimientos, los pensamientos, las actitudes sutiles, las emociones y las acciones.
Tenemos un cerebro totalmente maleable, que a cada instante está siendo moldeado por los pensamientos conscientes o inconscientes que tengamos. Lo más importante es que es permeable y modificable a través de la experiencia, pero, ¿qué es experiencia?
Es crucial cómo me trato a mí misma y el estado de mi mente frente a la vida y sus desafíos. Nada de esto es estático; todo está sujeto a ser moldeado y ajustado para honrar nuestra búsqueda de felicidad y perseguir nuestros sueños. Tanto mi mente como mi corazón están vivos, moldeándose según mis experiencias y estados mentales.
El poder para reclamar mi bienestar reside en la autoobservación, en ser consciente de mis pensamientos y cómo manejo mi energía vital.
La conciencia es fundamental en este proceso.
Como humanidad, compartimos la lucha por mantenernos presentes en un mundo lleno de distracciones. El recurso más preciado y escaso es nuestra atención, un acto de amor profundo y transformador.
La atención también es crucial para aprender y desarrollarnos, siendo un factor determinante en el éxito, independientemente de cómo lo definamos.
La conciencia nos ayuda a contrarrestar el ritmo frenético de la vida moderna y a recordar quiénes somos realmente. Además, nos permite reconocer y desafiar el sistema que promueve la autoinseguridad y la duda constante.
La práctica de la conciencia, tanto en términos de neuroplasticidad y biología como en el desarrollo personal, es esencial para despertar a una nueva forma de ser y pensar.
Cuando me identifico plenamente con mis pensamientos, pierdo de vista el poder de la autoobservación, esa capacidad que todos poseemos para reflexionar sobre lo que pensamos. Recordemos que somos Homo sapiens sapiens, capaces de pensar sobre nuestro propio pensamiento, es decir, practicar la metacognición.
Por lo tanto, los pensamientos no son nuestros enemigos, sino nuestros aliados para recordar nuestra verdadera identidad. Sin ellos, nos resultaría imposible recordar la integridad de nuestras vidas, conectadas tal vez con algo más puro y profundo de lo que conocemos.
No obstante, todos estamos sujetos a un fenómeno de habituación. Según Joe Dispensa, tenemos entre 60 y 70 mil pensamientos al día, la mayoría de los cuales son repetitivos si no introducimos nueva información o perspectivas en nuestro sistema cognitivo. Aquí reside la esperanza y el poder del aprendizaje: en nuestra capacidad de traer información fresca para nutrir nuestros pensamientos y acercarnos a lo que realmente valoramos, como la felicidad y el bienestar de los demás.
Nuestra percepción del mundo está intrínsecamente ligada a nuestra manera de ser.
Si buscamos amor, encontraremos amor; es como si el radar de nuestra existencia estuviera ligado al estado de conciencia del observador. Vivir en piloto automático dificulta este proceso, pues se requiere un esfuerzo consciente para detener el flujo constante de pensamientos automáticos.
Cambiar un pensamiento arraigado es como intentar cambiar la dirección de un mamut en plena carrera: requiere un gran esfuerzo y persistencia, ya que esos pensamientos se han convertido en rasgos de nuestra personalidad, debido a la neuroplasticidad cerebral. Identificar estos pensamientos arraigados como meras construcciones mentales y no como realidades es clave para liberarnos del sufrimiento.
Es importante comprender que muchos de estos pensamientos arraigados son sistémicos, culturales o heredados, por lo que no son necesariamente culpa nuestra, pero sí nuestra responsabilidad abordarlos y transformarlos.
La teoría del cambio.
Es importante comprender que no somos culpables de los hábitos que hemos heredado a lo largo de décadas, e incluso siglos, de nuestros ancestros. Son patrones arraigados que hemos recibido como legado.
En segundo lugar, como seres humanos, tendemos a resistir el cambio, ya que nos resulta incómodo y desafiante. Preferimos la comodidad de la permanencia, aunque sabemos que el cambio es inevitable.
Además, a menudo adoptamos una mentalidad fija en lugar de una mentalidad de crecimiento. En una mentalidad fija, los obstáculos y fracasos nos paralizan en lugar de ser vistos como parte del proceso de crecimiento y aprendizaje.
Es crucial entender que enfrentar dificultades es parte integral del camino hacia el desarrollo personal y la consecución de nuevos logros.
Por último, es importante reconocer que nuestro poder de voluntad es limitado, por lo que debemos protegerlo y utilizarlo sabiamente. No pospongamos las metas importantes para el final del día o de la semana, ya que nuestro poder de voluntad se agota con el tiempo. En su lugar, integremos estas metas en nuestras rutinas diarias para maximizar nuestra capacidad de logro y crecimiento.
Cuando abordamos el trabajo del trauma, debemos ser honestos y compasivos con nosotros mismos.
La mayoría de los pensamientos difíciles que adoptamos son simplemente voces internalizadas o patrones repetidos que hemos absorbido del entorno en el que crecimos.
Por lo tanto, la buena voluntad y el amor son fundamentales para mediar esta relación con nosotros mismos, especialmente porque muchos de estos patrones operan en piloto automático, y cuando éramos niños, no teníamos la capacidad de discernir y cuestionar estas voces.
Una forma poética de entender la neuroplasticidad es a través del concepto del jardín de la mente. La mente es como un terreno sembrado con diversas semillas: semillas de paz, atención, entendimiento y amor, pero también de rabia, miedo, odio y olvido. La calidad de nuestra vida depende de las semillas que cultivemos. Aquellas que regamos con más frecuencia son las que crecerán con mayor fuerza.
Es importante reconocer que nuestro punto de partida, ya sea el dolor o la dificultad que enfrentamos, no marca el final de nuestra historia, sino el comienzo.
Todos tenemos la capacidad de ser nuestro propio mentor y compañero compasivo en este viaje de crecimiento y sanación.
Cada ser humano busca mejorar y liberarse en algún aspecto de la vida, y este viaje es continuo y único para cada uno de nosotros. Lo más valioso es reconocer nuestra capacidad infinita de transformación, independientemente de dónde estemos en nuestro camino.
Como dice el proverbio, cada final es simplemente un nuevo comienzo, y todo comienza desde donde estamos.
Maria Paula Jiménez