Hay momentos en la vida en los que una certeza profunda brota del alma, sin razón aparente, pero con una claridad que no deja lugar a dudas. Así nació en mí la idea de realizar una Mini Caravana por la Vida en Palmira, Valle del Cauca, Colombia, mi tierra natal. Fue al finalizar la Caravana Internacional en Perú, rodeada de personas que vibraban al mismo ritmo del servicio y el amor, cuando sentí ese impulso interior.
Había participado antes en las caravanas de Chiloé (Chile) y Perú, y cada experiencia había dejado en mí una huella indeleble: la de la sanación compartida, la del poder del encuentro humano, la de la energía del corazón actuando más allá de las palabras. En esa claridad comprendí que era tiempo de llevar esa misma vibración a mi comunidad en Colombia. Quise sembrar una semilla de amor y servicio en el lugar que me vio nacer antes de regresar a Calgary, Canadá, donde ahora resido.
El tejido invisible del amor
Nada de esto fue planeado con grandes estructuras. Solo compartí el sueño con mi compañera de ruta, Ángela María Reyes, y su entusiasmo fue el primer “sí” que abrió las puertas. Gracias a ella, la red se fue expandiendo: Octavio Bejarano, desde Cali; Joimer Molina, desde Palmira; y más tarde Sandra Hermann y María del Pilar Trejos, se unieron con sus manos, saberes y corazones dispuestos.
Cada paso fue una confirmación. Cuando pregunté por un lugar, una colega ofreció espontáneamente el salón social de su condominio, en el Paraíso de las Mercedes. El nombre parecía una señal. Todo fluyó con naturalidad, sin esfuerzo: la coherencia del corazón guiaba la organización.
Una jornada para recordar
El 17 de octubre de 2025, el salón se transformó en un espacio sagrado. Desde las 8:30 a.m. hasta las 4:00 p.m., la energía de la Vida nos envolvió en una jornada continua de entrega y conexión. Éramos seis sanadores acompañando a 19 personas que acudieron desde distintos lugares de Palmira: familiares, amigos, consultantes y vecinos.
Cada sesión era un pequeño universo. Detrás de cada mirada había una historia, una emoción, una búsqueda. Durante unos 30 minutos, las manos se posaban con respeto, el silencio se hacía profundo, y el alma encontraba espacio para respirar. Algunas personas lloraron en silencio; otras sonrieron con alivio; todas, sin excepción, salieron más livianas, más conscientes, más en paz.
Sanar juntos: el verdadero propósito
Lo que más me conmovió fue sentir cómo sanando, sanamos todos. No se trataba solo de acompañar procesos individuales, sino de reconocer que cada encuentro reflejaba nuestras propias historias, nuestras propias memorias. Lo que uno libera, lo libera también en los demás.
Al finalizar la jornada hicimos un cierre de gratitud grupal. Nos tomamos de las manos, respiramos profundo, y en ese círculo de almas agradecidas sentí una vibración de unidad que no se puede explicar con palabras. Era como si el espacio entero respirara con nosotros.
Lo esencial ocurre en lo simple
Esa tarde confirmé una vez más que no se necesitan grandes escenarios para que ocurra la sanación. No hacen falta luces ni discursos. Solo amor, presencia y disposición de servir. Cuando el corazón se abre y la intención es pura, la Vida se encarga de hacer el resto.
Mientras me despedía de Palmira, supe que algo en mí había cambiado. Dejaba mi tierra con la certeza de haber sembrado una semilla que seguirá creciendo en quienes participaron. La energía que se generó en ese encuentro permanece viva, expandiéndose más allá de lo visible, conectándonos en una red de luz que nos une sin importar la distancia.
Una huella luminosa
“Cada encuentro es un espacio de sanación compartida, y cada servicio ofrecido desde el Alma deja una huella luminosa en la red de la humanidad y la Vida.”
Estas palabras resumen lo que viví y lo que deseo seguir compartiendo: que la sanación no es un acto aislado, sino una danza entre almas. Que servir desde el corazón transforma tanto a quien da como a quien recibe.
Agradezco profundamente a todos los que hicieron posible esta Mini Caravana por la Vida: a Ángela María, Octavio, Joimer, Sandra y María del Pilar, por su entrega y confianza; y a cada persona que se acercó con apertura y valentía. Este encuentro fue una celebración de la vida, del amor, y del poder transformador que surge cuando nos unimos con un propósito común.
Regreso a Canadá con el corazón lleno, sabiendo que la red de luz sigue viva en Palmira, y que, como todo lo que nace desde el alma, seguirá expandiéndose.
Milvia Rodriguez – Caravanera
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