¡Cuántos kilómetros de carreteras atestadas para ir al trabajo, para regresar de trabajar, para ir el fin de semana al campo y volver tan cansados el Domingo! ¡Cuántos días de trabajo ahorrados para ir a a las playas atiborradas y regresar más fatigados, empobrecidos e intoxicados! ¡Uff … qué pobreza nos trae esto que llamamos desarrollo!
¿Tiene sentido seguir por el mundo así, repetidos, programados, inconscientes, apenas sobreviviendo? ¿Tiene sentido estar tan hiperdespiertos como confundidos, tan autómatas como activos? Tiene sentido esta conciencia inconsistente, esta incoherencia de ser humanos en estado casi vegetativo? ¿Tiene sentido vivir tan presentes en la prisa como ausentes de la pausa, de nosotros y del alma?
Decía León de Greif en un poema que aún resuena en el alma como un lamento: “vendo mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo perdida…” ¿Será que la vida se vende, se cambia, se pierde? Hay vida en la corriente fluida que cambia y se renueva permanentemente; lo demás, es el estanque turbio de la rutina, el disfraz de una lenta muerte. Y los disfraces se cambian, se compran, se venden y hasta se pierden. Pero no se pierde la vida, cuando la vida es de verdad lo que la vida es: un torrente de agua fresca que un día no lejano se convertirá en océano.
Me miro en el espejo de la vida de Alfonso Díaz Granados, el chamán de Arquía que un día los misioneros bautizaron en español, sin que sus nombres y apellidos lograran perturbar su esencia. Miro de nuevo en su mirada la calma imperturbable de quien siente la caricia de la madre tierra bajo sus pies descalzos y bebe del agua que aún es agua y baja cantando de la montaña. Entonces siento la necesidad de caminar sin prisa respirando la vida que respira en el parque, descubriendo el milagro anónimo de todos los árboles. Vuelvo a orar al escuchar la bella oración de los pájaros con sus vuelos y sus cantos… y así vuelvo a volar, a desplegar las alas desde la prisión de la rutina para reencantar la vida. Vuelvo a soñar la vida, que es la forma más bella de reinventarla.
Cada seis segundo muere una persona de hambre. Casi treinta mil por día y la mitad son niños. ¿Qué hemos hecho por su vida? Mientras ellos mueren, nos quejamos, nos miramos el ombligo, catastrofizamos los pequeños dramas, y perdemos la conexión solidaria del alma humana.. La vida es creadora. Es creativa. Vivamos esta vida. Vivimos cuando nos inventamos y nos inventamos cuando nos entregamos. Reinventemos nuestro modo de vivir, saboreando la abundancia de la solidaridad, esa apoteosis del ser que sabe que su misma esencia es la del dar. Darse es la mejor forma de reinventarse: fluir sin resistencias como el agua, como el poema, como la sonrisa. Como la misma vida.
Jorge Carvajal P.