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Cuando nos referimos al dolor, es casi impensable no situarlo en el contexto de un ser humano que se acerca a nosotros con la necesidad imperiosa de encontrar alivio a su sufrimiento. Podemos, desde nuestro rol como médicos, acoger esa demanda de una forma puntual, es decir remitirnos tan solo a tratar el síntoma, o entender que en ese requerimiento se nos abre un vasto universo, que a la luz de la historia del consultante, abre la posibilidad de indagar más detalladamente en su biografía y mediante esa exploración, permitirle comprender e integrar su dolencia en un contexto que incluya su historia vital e incluso su historia transpersonal.
El dolor que científicamente es vinculado a fenómenos de traumas, micro traumas, sufrimiento tisular y que en su origen está asociado a la liberación en el cuerpo de una cascada de sustancias químicas, es influenciado y queda determinado, no solo por este trauma tisular inicial, sino también por el campo emocional del paciente. Hoy sabemos con certeza, que la respuesta al estimulo doloroso, depende de un registro emocional propio de cada individuo, condicionado por las experiencias previas y su contexto, también se conoce que en condiciones de rescate insuficiente puede llegar a constituir una información transgeneracional.
Por ello y de cara al día a día en nuestro ejercicio profesional, en el que con frecuencia somos requeridos en relación a este síntoma que invalida y que a veces parece estar adherido de manera permanente al cotidiano de un paciente, nos correspondería tener un enfoque (especialmente en el dolor crónico), que nos permita no tan solo tratar el síntoma, sino comprender lo que subyace como una “memoria congelada”, en el “espacio/tiempo” del ser que nos solicita.
¿Qué dice la “Academia” con respecto al dolor? La “asociación internacional para el estudio del dolor” define este síntoma de la siguiente manera: “El dolor es una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada a un daño tisular existente o potencial o descrito en términos de esta misma”.
Sabemos que el dolor constituye una señal de alarma que intenta proteger al organismo, desencadenando una cascada de reacciones cuyo fin último es limitar las consecuencias de la agresión (consecuencias que pueden ir de lo local a lo sistémico y de lo individual a lo transpersonal). Lo anterior es de vital importancia, pues dentro de este conjunto de mecanismos fisiopatológicos de protección, que como se dijo anteriormente, son un intento del organismo de protegerse y defenderse, se activan una serie de estrategias. Algunas conciernen el cuerpo físico y la medicina tradicional las conoce bastante bien. Otras involucran redes o sistemas de conducción de señales, que la medicina alopática no considera o bien desconoce.
El enriquecimiento que significa nutrirse de nuevas herramientas, nos permite ampliar el bagaje de nuestro quehacer medico, posibilita nuevas opciones de abordaje en las cuales el síntoma no queda aislado del paciente que lo vive, muy por el contrario. Sabiendo que la experiencia vital previa condiciona la respuesta del individuo frente a estímulos de cualquier índole, lo atendemos de una manera integrada: involucrando cuerpo físico, emociones, relaciones, historia de vida y cosmovisión, permitiéndonos así tener un acercamiento integral frente a su patología.
De esta visión integrativa, aprendemos que en el seno del cuerpo, nada se da aisladamente y que se pueden generar allí estrategias, que desde nuestra visión clásica eran desconocidas y que forman parte de los recursos que dispone el organismo de (para) auto protegerse.
Es indispensable señalar en relación al tema que nos convoca, que en determinadas circunstancias, estos mecanismos de protección “fracasan” o mejor dicho, en el intento de defender al organismo se generan en el seno del mismo, estrategias que pueden constituir verdaderos circuitos resonadores, es decir, lugares donde la información se congela o se auto entretiene, pudiendo ser causa de perpetuación de la sintomatología. Este abordaje conlleva la incorporación de nuevos términos para esta “neo fisiopatología”. Aparecen entonces los conceptos de barreras, inversiones de polaridad, fugas, invaginaciones, ganglionitis y naditis, que entre otros pasan a ser parte del lenguaje habitual de la propuesta sintergética.
Sabemos que el estimulo doloroso se origina en terminaciones sensoriales cutáneas, musculares, articulares y paredes viscerales. En su recorrido hasta el cortex cerebral pasa por diferentes estaciones donde es conducido, modulado e integrado. En términos muy generales, el dolor originado en las terminaciones sensoriales sigue vías específicas y alternativas en su recorrido ascendente hacia el cortex. La medicina occidental aunque conoce la cadena ganglionar simpática, considera al Asta dorsal (en la medula espinal) como la primera estación sináptica de importancia y la responsable de filtrar los mensajes no necesarios y amplificar aquellos de mayor relevancia. La experiencia clínica, al alero de la propuesta sintergética, nos enseña sin embargo, que en ciertas circunstancias, en el sitio del trauma, puede quedar la información auto entretenida. Es como si hubiese en ese lugar un islote patológico, quien en su intento de reparación inicial, se queda congelado y donde la información allí retenida es responsable de la perpetuación de la sintomatología.
Luego en su camino hacia centros superiores la cadena ganglionar simpática juega un rol de vital relevancia desde la mirada sintergética puesto que allí se puede constituir una estación rele, donde la información del dolor puede permanecer bajo la forma de una “presencia fantasma”.
Esto puede tener consecuencias importantes en la cronicidad del síntoma que el paciente expresa. Si bien es necesario diagnosticarlo y tratarlo, debemos siempre abordarlo como la huella de una estrategia de autoprotección del sistema.
En casos de tratamiento insuficiente, el dolor pudiese constituir en el seno del sistema nervioso central, un síntoma que se integra como parte del sistema (“corticalización”) y se hace crónico, pudiendo tal como lo planteamos anteriormente, llegar a constituir una información que puede ser transmitida a futuras generaciones.
Si bien no es la finalidad de este articulo revisar todas las estaciones que el dolor visita en su recorrido al cortex cerebral, es pertinente señalar que las estaciones más relevantes a considerar estarían ancladas al sitio de la injuria, cadena ganglionar simpática, medula espinal y sus haces de conducción, aporte de nervios raquídeos y sistema trigeminal, tálamo, hipotálamo, sistema límbico, sustancia gris peri acueductal, mesencéfalo y corteza.
Lo anterior cobra relevancia en la medida en que como médicos, a veces enfrentamos el problema, demasiado localmente tendiendo a olvidar que, debido a estas estaciones de relevo, que pueden llegar a constituir verdaderas cajas de resonancia, el origen de un dolor puede estar a “kilómetros” de distancia, del sitio donde el consultante lo percibe (clásico dolor ciático, originado en el territorio del trigémino, o una neuralgia del trigémino incoercible, cuyo origen está en un artejo del pie).
Por todo lo anteriormente expuesto, incitar al cambio de mirada en nuestros colegas, incorporando estas nuevas herramientas les permitiría integrar esta propuesta. Proveer soluciones integrales y concretas se transforma en una responsabilidad. Debemos asumir entre todos, médicos y consultantes, una medicina creativa e integrativa que al alero de las nuevas tecnologías permita que el ser humano deje de ser tan solo un costal de moléculas.
Este podría ser uno de los pasos necesarios, para transitar hacia una medicina más humana, en esta nueva era.
Dr. Mervil Frau Alveal
Médico-anestesiólogo
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