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Del arte de informar formando…

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Habían cesado ya las notas de los himnos que hicieron la antesala a tan importante evento. Mi atención estaba puesta ahora en los discursos de cada uno de los representantes de la mesa principal en medio del homenaje al distinguido hombre del periodismo, a su vida y sobre todo a su obra, representada en este renglón de sus múltiples actividades, por el cumpleaños número treinta de su periódico. Cada uno manifestó desde su sentir, y a su manera, el mensaje central obteniendo como eco, una actitud de escucha y profundo respeto del resto de los asistentes.

El Director, por su parte, pronunció con vehemencia y fortaleza su mensaje, desde sus “ochenta y seis megavatios” (como lo expresara “otro” de los interlocutores refiriéndose a los calendarios recorridos por el homenajeado). ¡Qué tremendo desafío para todos los que allí nos habíamos reunido! Sus palabras se erguían con el ímpetu del que su cuerpo adolecía por las limitaciones propias, ahora más evidentes ante su abrumado estado emocional por tantos reconocimientos, como el mismo lo admitió…

¡Cómo se hubiera deleitado Cicerón (106-43 a.C), conocido como el orador más elocuente de Roma, si hubiera estado entre nosotros escuchando estas exposiciones. Seguramente Julio Cesar por esa época hubiera registrado en su “Acta diurna” (tal vez la primera publicación periodística), lo que allí se dijo. Pero en aquellos años recolectar la información, evaluarla y distribuirla era algo que se hacía de manera casi maquinal.

Esto me hizo reflexionar un poco sobre la importancia de las comunicaciones en nuestros días y de sus enormes implicaciones, pero al mismo tiempo me llevó a comprender que el arte de informar formando hace parte incluso de nuestro equipaje natural: cada una de nuestras células está constituida básicamente por tres unidades funcionales como son la membrana externa, el citoplasma y el núcleo. La membrana, a manera de reportero, está siempre dispuesta a percibir los datos que vienen desde el exterior, como examinando con diligencia y cuidado para disponerse a filtrar lo que considera relevante. Una vez hecha esta primera depuración, el mensaje pasa al citoplasma, donde existen una serie de organelas laborando incansablemente para enriquecer aquello que ha llegado y lo hace parte de un contexto (ya no es solo un texto aislado), para comenzar a generar un lenguaje más complejo, cuyo valor está precisamente en ese diálogo que allí se origina como simulando el equipo de redacción, que ahora perfecciona ese conjunto de señales, signos o símbolos que serán objeto de la comunicación.

Se consultan entonces las bases de datos y para ello nada mejor que el RNA mensajero (ácido ribonucleico) que es el que finalmente dispone en un orden perfecto lo recibido, para poder codificarlo de manera adecuada y llevarlo a la oficina de la dirección representada en el núcleo celular, desde donde se dará a conocer la obra inteligente de todo este equipo de trabajo para exponerla en sus principales páginas y así poder interactuar con otras tantas informaciones publicadas por otras células, conformando auténticos órganos y sistemas de información

Qué maravilla sería entonces que quienes llevan a cabo la labor de informar comprendieran que su trabajo ya estaba inscrito en todo el historial de los seres vivos. Qué responsabilidad tan grande tienen quienes desarrollan este arte, pues de ellos depende que el mensaje construya o destruya y que su efecto se expanda a manera de ondas ondeantes. Por eso se requiere entonces de un análisis serio, honesto, claro y transparente que permita al lector interactuar sin sentirse manipulado o distorsionado en la verdad y la justicia. Esto es, que lo expresado aporte desde lo seguro e indubitable, de tal modo que la palabra sea la mejor herramienta para discernir y dirimir.

Que la pasión y la sensibilidad (no la sensiblería) sean el alimento para que la magia de los pensamientos descienda a cada información expresada o manifestada, para que este loable oficio acompañe a la antropología, la economía, la historia, la psicología y la sociología como parte de las ciencias sociales, cuyo objetivo primordial sea el servicio, que aleje la ilusión del poder. Que así, cada palabra expresada sea la necesaria y que la mayor elocuencia sea la del silencio y la pausa cuando sean requeridos. Que la objetividad permita registrar la unidiversidad (la unidad a través de la diversidad) para que todos los matices de pensamiento sean tenidos en cuenta y así los criterios sean ampliados para el enriquecimiento común. Que se comprenda que en el rescate de la conectividad, la interdependencia y la participatividad está la esencia real no solo de los medios sino de quienes acceden a ellos…

 

Alejandro Posada Beuth

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