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Arquitectura generadora de salud

Cuentan los ancianos del lugar que sus ancestros sabían insuflar el espíritu de vida en sus construcciones. Sus casas olían bien. Sus formas eran sencillas. Sus colores envolvían. Entrar en ellas cautivaba y generaban estados que hacía difícil abandonarlas.

Las sonrisas de quienes las habitaban no sólo eran de alegría, sino que además eran las sonrisas de la salud que permite que las energías fluyan armoniosamente, dando a los músculos la flexibilidad de los cuerpos vibrantes de bienestar. Su forma de hacer era la de la ciencia de la plenitud constructiva, la del arte de crear espacios sanos, regeneradores, ecológicos y armoniosos. Espacios desbordantes del calor proporcionado por el abrazo de sus muros y por sus formas amables, envolventes, sensuales y dulces.

Rincones preñados de la suavidad, firmeza y profundidad femeninas y de la bulliciosa y chispeante superficialidad masculina. Cubículos creados con la habilidad de dar a sus habitantes sutiles impulsos de trascendencia. Sus diseños, al materializarse combinaban con maestría, forma, orientación, alianza con el entorno, materiales, luz, sol, sombra, condiciones acústicas, color, textura, etc., que unidos en una danza vivificante, generaban gozo en los corazones de cuantos participaban de sus cobijos.

Sentado a la sombra de un jazmín, en un banco de antigua pero firme madera, y envuelto en el sonido de la cantarina fuentecilla que desde el centro del patio susurraba incansable, encontré una vez a uno de esos ancianos. Su cara era serena, y aunque los surcos del tiempo y de la vida se habían hecho profundos, no conseguían esconder su sonrisa fresca, plena, reconfortante y que despertaba confianza.

Su sonrisa como una puerta que se abre sin resistencias ni chirridos, daba paso a una dulce sensación que me impregnaba permitiéndome de una manera impronunciable entrar en su corazón. Entonces le pregunté:

–“Padre”, ¿cuál era el secreto de las construcciones de nuestros ancestros? Mi sorpresa fue grande cuando al responderme, el protagonista de su respuesta fue el corazón. El corazón como autor esencial y básico de cada uno de sus actos como constructores y la energía del corazón como envolvente de toda la construcción y de cada uno de los elementos que la constituyen.

Me dijo con voz grave, profunda, pausada, musical y vibrante:

–Su secreto era que construían y actuaban desde el corazón. En mi interior, su voz y lo que decía, me relajó, me reajustó, me equilibró y resonó durante rato, mutando dulcemente la energía de cada una de mis células, de mi alma, de mi espíritu.

Continuó diciendo:

–Cada piedra, adobe, ladrillo, argamasa, madera, forma, color, inclinación, orientación, curva o plano, teja o puerta, ventana o pieza del pavimento, zanja de enraizamiento o chimenea, estaban impregnados por la sabiduría amorosa del corazón.

–¿Pero cómo? –pregunté anhelante de absorber este conocimiento.

–La técnica es importante, los pequeños secretos de cómo se debe hacer son útiles, y con muchos datos se llega a formar un especialista. Un buen especialista puede hacer cosas correctas, pero si su corazón no impregna su obra, ésta es fría y no tiene alma. El corazón es el primer y esencial actor de una casa con alma. Abre el corazón, permítele hablar, que su toroide energético fluya con armonía, que la vibración áurea regule su palpitar, que el amor emane de él… y la obra estará siempre “viva” con “vida regeneradora”. Luego, las técnicas, los trucos, las habilidades de diseño y constructivas y las formas fluirán y la casa tendrá alma.

LA BIORRESPONSABILIDAD ES UN ESTADO DE CONCIENCIA

La arquitectura bioconstruida se muestra como una alternativa de coherencia, respeto y equilibrio, ante una de las necesidades esenciales de las personas: la de habitar espacios donde desarrollar las distintas actividades de sus vidas. La “arquitectura generadora de salud” tal como se ha titulado esta reflexión, nos lleva a activar un importante ahorro económico, dado que cuando el espacio que habitamos es regenerador, armonioso y saludable, se logran niveles de salud que conllevan reducciones de gasto social y personal impresionantes. Este ahorro no es sólo una cuestión monetaria, por el gasto que implica restablecer la salud, sino por el excepcional ahorro de sufrimiento, que es clave en el anhelo de alcanzar la felicidad más plena, que todos deseamos.

La creación del nuevo paradigma social que soñamos, pasa ineludiblemente por la transformación personal, que encarne en nosotros el nuevo mundo que anhelamos, como paso previo a una transformación global.

La arquitectura bioconstruida se muestra como una alternativa de coherencia, respeto y equilibrio, ante una de las necesidades esenciales de las personas: la de habitar espacios donde desarrollar las distintas actividades de sus vidas. La “arquitectura generadora de salud” tal como se ha titulado esta reflexión, nos lleva a activar un importante ahorro económico, dado que cuando el espacio que habitamos es regenerador, armonioso y saludable, se logran niveles de salud que conllevan reducciones de gasto social y personal impresionantes. Este ahorro no es sólo una cuestión monetaria, por el gasto que implica restablecer la salud, sino por el excepcional ahorro de sufrimiento, que es clave en el anhelo de alcanzar la felicidad más plena, que todos deseamos.

La creación del nuevo paradigma social que soñamos, pasa ineludiblemente por la transformación personal, que encarne en nosotros el nuevo mundo que anhelamos, como paso previo a una transformación global.

En un equilibrio coherente, ese nuevo modelo conlleva la biorresponsabilidad, es decir:

  • La capacidad de cuidar, proteger, amar y apoyar la vida en todas y cualquiera de sus manifestaciones.
  • Respetar toda existencia, igual que deseamos sea respetada la nuestra.
  • Saber y sentir que todo cuanto sucede y todo cuanto hacemos, se interconecta y repercute en todo y en todos.
  • Entender que este planeta que habitamos junto con millones y millones de seres vivos y manifestaciones, es una unidad.

Cuando construimos, transformamos la materia (le damos forma) y en ese proceso, la propia obra nos transforma a nosotros. De esta manera el arte de construir se convierte en el arte de autoconstruirnos. Si esto se entiende, damos el salto a una visión más amplificada de que todo cuanto hacemos en nuestra vida, sea lo que sea, nos hace a nosotros. Así la vida, es entendida como “la gran transformadora”.

Cuando ese potencial es comprendido y activado como alternativa constructiva, nuestro actual sistema habitacional se convierte en una palanca excepcional de cambio, no sólo en lo personal (de quien construye o quien usa) sino además en lo social, generador de la nueva arquitectura necesaria en el paradigma alternativo que necesitamos crear ante un sistema que se hunde por obsoleto e insatisfactorio.

Al integrar su forma de hacer en nuestro interior, va cambiando aspectos profundos de nuestro mundo interno. Esto nos permite entender que crear en lo externo es mutarnos en lo interno y viceversa. Esta comprensión nos permite profundizar en el gran objetivo esencial de nuestra vida: El gran viaje hacia nosotros mismos.

Fuente: revista Vivo Sano

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